Artículo
publicado en la revista Salud Familiar en
Reynosa, Tamps.
México en noviembre del 2003
Mi
único hijo, Javiercito, tenía 2 años y prometía un gran futuro, pues era un
niño precoz, con mucha curiosidad, muy inquieto aunque algo apartado de los
demás niños. Era mi fascinación y mi
orgullo. Mas de una vez cruzó por mi
mente lo grande que iba a llegar a ser y la huella que a través de él dejaría
en este mundo.
Sus
maestras me comentaban que existía algo “raro” en el niño, que debería llevarlo
a un psicólogo, pues aún cuando aparentemente mostraba inteligencia, su
comportamiento era diferente al de los demás niños. Decidí llevarlo con un neurólogo y fue entonces que recibí la
noticia que tanto temía escuchar: “Su hijo tiene autismo”.
Aunque
me lo esperaba, fue como un cubetazo de agua fría que en fracciones de
segundos, mi hijo dejó de ser el niño que tanto prometía para quedar etiquetado
como “el autista”. Pasé momentos que
me llevaban desde la frustración hasta la ira y el desencanto. Creía que eso solo podría suceder a otros
pero no a mí. Volví a ver nuevamente
todas esas películas que me mostraban mitos y conceptos erróneos como “Rain
Man” de Dustin Hoffman y “Seguridad Máxima” de Bruce Willis, entre otras.
Me
agobiaba la idea de todo lo que me hijo podía haber sido, de lo infeliz que yo
era y sin embargo, él estaba ahí, esperándome en su silencio, contagiándose de
la tristeza que agobiaba mi alma.
Afortunadamente, fueron pocos meses los que tardé en entrar en razón:
“Es
un autista, es cierto” – me dije – “pero primero es un niño, con sentimientos y
fantasías”. Ciertamente mi hijo no me
daría las satisfacciones que un niño normal me podría dar, pero sí en cambio me
abría toda una expectativa que yo desconocía.
Decidí
entonces abocarme a disfrutar a mi hijo, a aprender, a conocerlo y
principalmente, a disfrutarlo. Hubo
gente que me ayudó así como otras tantas que se aprovecharon de la condición
que prevalecía, principalmente por mi ignorancia sobre el tema. Finalmente, encontré que la Modificación de
Conducta era lo que mejores resultados daba en niños como el mío y después de
varios años, me alegro de haber tomado ese camino.
Mucho
ha sucedido desde ese día que mi hijo fue diagnosticado: su madre nos abandonó,
el divorcio y el pleito legal por la custodia legal del niño (felizmente la
gané), hacer una vida de papá soltero, conocer a una mujer maravillosa que
acogió a mi hijo como suyo propio... en
fin, a veces creo que podría escribir todo un libro alrededor de ello.
Sobre
si mi hijo podría haber sido gobernador o presidente de la república en caso de
que no fuese autista, no lo sé, dejé de pensar en ello hace mas de 6 años.
Debo
confesar que en todo mi camino recorrido, muchas cosas positivas han resultado
sobre mi hijo: aprendí cómo la paciencia y perseverancia pueden lograr romper
barreras; que un autista, contrario a lo que dicen muchos psicólogos, puede ser
muy cariñoso; que puedo ser feliz como padre; que Javiercito puede ser feliz
como mi hijo...
Efectivamente,
mas de una vez cruzó por mi mente lo grande que iba a llegar a ser mi hijo y la
huella que a través de él dejaría en este mundo... ¡Qué razón tenía!
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